TESTIMONIO de un milagro

  ¡Qué alegría! No os podéis imaginar qué alegría sentimos de saber que un niño venía de camino. Llevábamos sólo unos meses casados y mi mujer ya estaba encinta. No nos importaba no tener una casa grande, ni empleo estable. Nuestro amor lo habíamos puesto al servicio de Dios y Él nos daba este regalo. En secreto consagré este niño al Señor. “Este niño nuestro es tuyo Señor”, y constantemente le dábamos gracias.

Y llegó el momento de la primera ecografía. Fue el 19 de octubre. Estábamos exultantes. ¡Por fin íbamos a ver a nuestros hijo!. Se pone en marcha el ecógrafo... Y ahí estaba, flotando en el vientre de su madre, con sus bracitos, sus piececitos, su cabecita... “Bueno - dice la doctora - tiene pliegue bucal positivo y alto. ¿Has pensado hacerte una amniocentesis?” “No”, responde mi mujer, “si no es necesario no queremos hacerla por los riesgos que conlleva para el niño.”

“Pues yo te recomiendo que te la hagas porque este niño viene con síndrome de Down o alguna otra anomalía cromosómica y cuanto antes lo sepa, antes podrás decidir, que aún estáis a tiempo.”

“¿Nos está hablando de abortar?”. Os podéis imaginar cómo nos sentíamos. Todo nos daba vueltas, iba demasiado deprisa. Hacía sólo unos momentos estábamos llenos de gozo y ahora nos hablaban de problemas. Nos pasaron inmediatamente con otra doctora que nos explicó en lo que consistía la prueba, los riesgos que tenía, etc.

Pasamos con una tercera doctora que le practicó a mi mujer un “screening”, prueba determinante para conocer el Síndrome de Down. Dio positivo. Enseguida nos habló de “interrumpir voluntariamente este embarazo...” A estas alturas del día, nuestro dolor y aturdimiento eran enormes. Al llegar a casa cogí los Evangelios, le pedí a Dios una palabra en la que me explicase qué estaba ocurriendo. Y me dijo: “El Señor lo necesita...” Fui a donde estaba mi mujer y le dije que no entendía por qué necesitaba Dios esto de nuestro hijo, pero que teníamos que decir sí como María. Y comencé a llorar como cuando era niño buscando consuelo en Ella. (Sabed, mis queridos hermanos, que esta aceptación de la voluntad de Dios no es una heroicidad; con el paso del tiempo he llegado a la convicción de que esta confianza en Dios viene de Él porque no nos abandona JAMAS.)

Comprenderéis que fuimos a otra ginecóloga para nueva consulta y desgraciadamente nos corroboró el diagnóstico dado, añadiendo otra angustia: Aparecían unas manchitas en el cerebro que podrían borrarse o convertirse en una hidrocefalia. Esto en un niño con Síndrome de Down, significaba que “podría morir al nacer, tener diversas cardiopatías...o ser un niño adorable y extraordinariamente cariñoso... Pero sufren mucho y sufren sus padres... Sois jóvenes... Podréis tener más niños... Esto no es más que un accidente.” ¿Mi hijo un accidente? Otra vez nos hablaban de abortar.

Al volver a casa, Dios me dio otra palabra: “Antes de haberte formado Yo en el seno materno, te conocía y antes de que nacieses te tenía consagrado” (Jr.1,5). ¡Bendito sea Dios! Nos corroboraba que este niño estaba presente de manera palpable en el Amor de Dios. Nuestras oraciones se hicieron más vivas que nunca, más sinceras y profundas. Sí, aceptábamos la voluntad de Dios con todas sus consecuencias -aunque no entendiéramos nada-, pero estábamos convencidos de que Cristo sana y atiende cada una de nuestras peticiones. Nosotros Le rogábamos que sanase a nuestro hijo.

El 24 de octubre fuimos a Misa de Sanación al Templo de María Reparadora con el padre Jaime Burke O.P., al que Dios bendiga cada día de su vida. Fuimos a verle y le contamos lo que nos ocurría. Humildemente le rogamos que rezara por nosotros y por el niño. “Muy bien”, nos dijo, “pon las manos sobre el vientre de tu esposa”. Nos abrazó y entre otras palabras dijo: “Que en la próxima revisión, los médicos se maravillen de tus prodigios Señor.” Tras aquella oración sentimos muchísima paz.

Hermanos, no dejé en ningún momento de confiar en Dios, pero a veces, dudaba que su Voluntad fuese la de curar a nuestro hijo. Iba caminando por la calle con esa angustia, cuando escuché en mi interior una voz clarísima que me dijo: “Confía en Mi”. El Divino Cristo de la Misericordia me alentaba a dejarle hacer a El. Y comencé a cantar: “Deja que Dios sea Dios, tú sólo adórale...”

Llegó el día de la siguiente prueba, 30 de octubre. Al llegar a la consulta me dijeron que yo no podía pasar. Esperé. Sabía que a esa misma hora varios hermanos estaban orando por nosotros. Yo también me puse a rezar: “Hágase tu voluntad Padre, pero una palabra Tuya, una mirada... Y mi hijo sanará.” Cuando se abrió la puerta, salió mi mujer riéndose y dijo: “Los médicos no se lo explican, pero ha desaparecido el pliegue bucal y las manchas en el cerebro. El niño está perfectamente. Me han hecho una segunda ecografía porque no entendían lo que estaba pasando.” Me eché a llorar, os podéis imaginar, lloraba anta la Grandeza de Dios, ante su Amor derrochado sobre nosotros a borbotones, sobre nuestro hijo...

Dios necesitaba a mi hijo para hacer sus prodigios, para que los médicos se maravillasen, para que brillase su Gloria para que los creyentes le adoremos, para que CONFIEMOS EN EL, para que le demos GRACIAS, para que le cantemos eternamente: “Gloria a Ti por siempre, por siempre, por siempre. Amén. ALELUYA”.

Diego Carvajal